Diario en la cárcel XXIX. La censura en las cárceles cubanas

No podrían imaginar los artificios y movimientos que se necesitan para sacar de la prisión una denuncia, un post, una carta donde quieras expresarle a tu familia o amigos lo que sientes y sucede en la prisión, sin ser requisada.

Todos los documentos que salen y entran al penal tienen que pasar por los ojos del oficial de la Reeducación.

Los jueves en la mañana se entrega la correspondencia, y desde ese momento hasta el viernes en la tarde, pasa por varias lecturas de censura, que aprueban o no su salida.

También ocurre a la inversa, la familia entrega las misivas, y luego de ser leída minuciosamente la recibe el recluso.

De más está aclarar que en mi caso particular redoblan las medidas de control.

La semana pasada mi familia no supo de mí, porque un oficial se llevo la correspondencia sin darse cuenta, según me dijo la Reeducadora.

De todas formas, busco alternativas para que mis denuncias lleguen a Internet, superando diferentes niveles de obstáculos.

Vale destacar a los presos comunes que brindan su ayuda en este puente de comunicación, motivados por el sueño de un cambio político, además del rencor que los guardias le despiertan con sus excesos y chantajes.

Es como jugar al gato y al ratón hacer que la denuncia llegue a su destino, porque para evitarlo ellos recurren a cualquier artimaña carente de principios. Hay presos que por ganar prebendas no me pierden de vista, atentos a cada detalle.

Han dado la orden a sus colaboradores de informar los nombres de todos los que se relacionan conmigo. En los últimos días han alejado a cinco reclusos acusándolos de colaborar conmigo. Los trasladaron a diferentes barracas u otras prisiones, a veces ubicadas en provincias alejadas.

Para llamar por teléfono debo esperar el día que me toca en la semana, planificando muy bien los tres minutos de que dispongo, porque el reloj que cronometra el tiempo mide igual cuando no logras comunicar, sin dar margen.

Pero da gusto cada victoria por pequeña que sea. Por supuesto que me escondieron en esta prisión de máximo rigor para limitar mi conexión con el exterior, otro intento del Gobierno de los hermanos Castro por acallar mi voz.

Un día podremos agradecer públicamente a esas personas, que han arriesgado su tranquilidad en la cárcel para que el mundo sepa de los horrores que se cometen en los centros penitenciarios de la dictadura castrista.

Por último, agradecerle a los militares penitenciarios y a la Seguridad del Estado que me hayan recluido aquí, permitiéndome ser testigo de los abusos cotidianos que ocurren en los centros penitenciarios de Cuba ante los ojos cómplices de quien dirige los destinos de la Isla, y que nada tienen que envidiar a los que se comenten dentro de la Base Naval de Guantánamo, descritos en sus discursos de denuncia oficial.

Hay que ver con cuánta impunidad actúa el Gobierno cubano.

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Ángel Santiesteban-Prats

Prisión 1580. Mayo de 2013

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