En los días que me tuvieron en la celda de castigo y me declaré en huelga de hambre como única manera de protestar contra sus injusticias, me visitaron varios oficiales, el teniente coronel y director de la prisión, Reinaldo Villaurreta Vargas, el mayor Erasmo, el mayor político de la cárcel, y el capitán De la Cruz que, con cinismo, me instó a ahorcarme por considerar que era la mejor manera de evitarnos coexistir.
Cuando lo mencionó, miró los balaústres de las ventanas. Entonces le expliqué que por mi estatura, necesitaba mayor altura, puesto que mis pies se mantendrían en el piso.
–Como usted –le dije– es una persona bajita, quizá está pensando en sí mismo; por suerte no todos medimos igual.
Quedó mirando serio, y sin responder, se fue. Aquella insinuación seguramente salió de la Seguridad del Estado, y fue él el enviado a sugerirme el suicidio.
Entre los presos se comenta que el teniente coronel Ceja, después de darle una salvaje golpiza a un menor y haberle matado, lo colgó en la celda como si se hubiera ahorcado. Los presos saben el nombre de la victima, del oficial y además, el lugar y la fecha.
Quizá un día no lejano podamos hacer justicia, sin que se confunda con venganza. Lo importante es que se paguen los errores, y nuestro futuro como sociedad advierta que ninguna ideología, movimiento social ni líder político, por carismático que sea, debe arrastrarnos a convertirnos en verdugos.
Cada vez que se abre un proceso judicial en el mundo contra expresidentes corruptos o asesinos, una alegría me embarga, porque es la señal, la advertencia, de que nada quedará en el olvido, de que las buenas acciones serán recordadas, y las malas, castigadas.
Lo único inaceptable es que los perdonen. Eso que se lo pidan a Dios mientras cumplan sus condenas por genocidios, asesinatos, torturas, violación de derechos humanos, falsos testimonios, mal obrar ante su condición de funcionarios públicos, etcétera.
A partir de ese día, Cuba comenzará un ascenso de civilidad.
Ángel Santiesteban-Prats
Prisión 1580. Julio de 2013