El escritor cubano José M. Fernández Pequeño, a través de su importante obra, se ha propuesto revertir el significado de su apellido, y otra vez se ha crecido como el gigante de las letras que es y seguirá siéndolo.
Su libro, El arma secreta, aún no lo he leído. Pero sí puedo asegurar que el arma secreta de mi amigo Pequeño, es su bondad, la calidad de su corazón, que emana sentimientos imborrables a los que lo rodean, y su sacrificio para los demás a prueba de balas.
Pequeño, luego de recibirme en su casa, de agasajarme junto a su esposa e hijos, se ocupó, a través de otro cubano, de conseguirme trabajo en la filial en ese país, de una importante editorial, con la intención de que no regresara a Cuba.
Aquí estoy, en esta horrible prisión, feliz de que Pequeño continúe siendo un exponente destacado de las letras cubanas, desgraciadamente en el exilio, en esa segunda patria que representa República Dominicana para muchos cubanos, asfixiados por la pobreza y la presión ideológica del régimen totalitario.
Allá fueron, a escapar del tormento del socialismo, a escribir su obra sin hambre y, sobre todo, sin el hambre de sus hijos, a los que pudieron brindarles un horizonte, del que gozan hoy, gracias a esa sabia decisión de emigrar y luego lograr sacarlos a ellos.
Felicidades amigo Pequeño, pronto lo podremos celebrar en una Cuba libre que te abrirá los brazos para recibirte nuevamente, como el gran escritor que eres, y que deseará disfrutar.
Te envío el más entrañable abrazo que me provoca tu premio.
Ángel
Ángel Santiesteban-Prats
Prisión 1580
Ángel, ya creía que me había ocurrido lo mejor de este día cuando pude empezar en la mañana a escribir la historia de un cubano que siembra una montaña. Pero nunca hubiera imaginado que iba a recibir algo tuyo, que es decir algo cálido, cercano, amigo. Me hace muy feliz saberte entero. Un día celebraremos y te prometo que ese día voy a leerte el cuento que salió de aquel safari en busca de un reproductor VHS que alguna vez vivimos juntos en las tiendas dominicanas. Por ahora, siente mi abrazo, que es un apretón seguro, sabedor de que hay muchas formas de sembrar una montaña.