En la disidencia cubana el nerviosismo es que un espía de la Seguridad del Estado nos aceche. Ese temor constante acompaña a los activistas de los Derechos Humanos, como si no fuera suficiente ocuparse de soportar y sanar las golpizas, encierros en calabozos pútridos con maleantes de toda calaña, y de la tortura psicológica, para agregar vigilar a los que nos rodean y cubrir de recelo a cada uno de los que se nos acercan.
Esa desconfianza entre la disidencia es el mejor trabajo de la contrainteligencia para crear divisiones, resquemores y miedos. Sigue leyendo