Fidel Castro siempre se ha querido poner, como la piel del leopardo, el abrigo que resulta la imagen de José Martí –y solo porque no tuvo un buen amigo– al desconocer la obra martiana, por su necesidad personal desmedida, digamos enfermiza, de anteponer sus caprichos y su persona aferrada al poder totalitario.
La historia lo dejará al descubierto. Ni la piel del leopardo evitará que se conozca su desafortunada decisión de permanecer en el poder a como diera lugar. Para ello, sacrificó a un pueblo y lo guió al fracaso.
Con anterioridad expuse cómo la historia nos brinda que –en diferentes fechas, naciones y hasta continentes– dos hombres tuvieron ante sí la posibilidad de pensar en ellos o en su país. El primero fue el Rey Juan Carlos cuando el dictador Francisco Franco le brindó la posibilidad de sustituirlo. El entonces joven Juan Carlos pudo regresar a la monarquía o constituirse como presidente vitalicio; sin embargo, antepuso el bienestar de su nación al suyo personal, algo que no supo hacer Fidel Castro, al no poder acondicionar sus intereses y pasiones personales.
Muy distinto si en aquel entonces el Comandante –como el Rey Juan Carlos– se hubiese mantenido al mando del ministerio militar, salvaguarda de una sociedad civil y democrática; pero la historia está muy lejos de recoger algo parecido en el caso de Fidel Castro, que se ganó el epitafio «Todo o nada por mi beneficio personal».
Ángel Santiesteban-Prats
Prisión Unidad de Guardafronteras Jaimanitas, La Habana. Diciembre de 2014.
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