Cuando llegaron al edificio donde vivo, lo primero que me llamó la atención fueron los dos niños, que a pesar de ser afganos, hablaban un castellano a lo cubano. Iban a mi casa y jugaban con mi hijo, a las bolas o la pelota con la misma devoción.
Algunos vecinos hicieron el chiste de que pronto habría una bomba en el edificio, por aquello de los talibanes. A veces veía a la afgana conversar con mi mujer. Y varias veces las sorprendí llorando. Sigue leyendo